En Nagoya (Japón) viví durante un tiempo, mientras realizaba mi Proyecto Final de Carrera de Arquitectura. Esos meses fueron para mí una de las mejoras experiencias de mi vida. Me enseñaron a romper con muchas de mis creencias preestablecidas y a quebrar algunos de mis miedos e inseguridades. Tres años más tarde, creo esta Colección Nagoya. Una mezcla de mí misma mirando la vida con los ojos de otra cultura.
Son muchas las veces que recuerdo cosas que aprendí allí. Y no son precisamente sobre arquitectura. Cuando comencé con los bocetos y pruebas de esta colección decidí escribir las seis cosas que Nagoya me enseñó y que no quiero que se me olviden:
Primera. En esta ciudad aprendí mucho sobre mí misma por verme inmersa en una cultura totalmente diferente a la mía. Allí yo era la rara. Cosas que daba por sentado, como la forma de relacionarme con las personas, de repente eran un misterio.
Segunda. En esta ciudad aprendí que sentir las miradas de la gente porque mis rasgos eran diferentes, no me hacía mejor o peor. Me sentía especial porque tuve la oportunidad de mirar la vida con los ojos de otra cultura.
Tercera. En esta ciudad aprendí que la amistad es una forma de compartir una misma de manera de querer vivir la vida. Gracias Ayaka por regalarme mi primer coletero de cerámica.
Cuarta. En esta ciudad aprendí a comunicarme con el corazón. Las palabras, aunque importantes, me llevaron a situaciones confusas. Mientras que mis ojos, mis gestos y el tono de mi voz me llevó a conectar con las personas.
Quinta. En esta ciudad aprendí que el equilibrio no existe. Que tradición y modernidad pueden ir de la mano, pero que ambas tienen sus consecuencias. Trabajé mucho y viajé mucho y salí mucho y comí mucho, o poco, pero todas tuvieron sus consecuencias.
Sexta. En esta ciudad aprendí a pasear con los ojos abiertos. Conseguí sorprenderme en cada esquina. Observé a las personas, la decoración, los edificios, las luces. Una y otra vez.

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